
¿Cómo se mide la rentabilidad?
Hablar de ahorro energético es hablar de rentabilidad. Muchas veces hemos escuchado hablar de productos que prometen grandes ahorros en nuestro consumo, pero cuando vemos su precio nos preguntamos si realmente valdrá la pena.
El problema del usuario es que una vez comprado el producto ya ha realizado la inversión pero los ahorros vendrán en un futuro, con lo cual existe la incertidumbre de si realmente llegarán o si lo harán en la medida esperada; además dichos ahorros serán muy difíciles de comprobar ya que el gasto energético va asociado a muchos factores y no se puede medir con facilidad el correspondiente a uno de ellos aisladamente.
Y esa incertidumbre es la que más nos disuade de llevar a cabo las inversiones.
Por lo tanto atraer al usuario hacia las inversiones en ahorro energético es superar esa incertidumbre.
El primer paso es que la propuesta de ahorro debe ser global. Para ello debe tener en cuenta todos los factores que básicamente se dividen en tres grupos: envolvente, instalaciones y utilización. Una propuesta global que tenga en cuenta todos ellos tendrá ciertas ventajas que harán disminuir la incertidumbre, como son el hacer el ahorro medible y visible, y el poder objetivar las actuaciones mediante un certificado de calificación energética.
Y el siguiente paso es realizar un análisis de rentabilidad riguroso, balanceando las inversiones contra los ahorros conseguidos, y presentando los resultados de manera objetiva. Lo que en lenguaje llano se dice poner blanco sobre negro.
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