Hoy en día todas las organizaciones se esfuerzan en ser más competitivas, en producir más a menor coste. Desde este sencillo punto de vista la reducción del coste energético es un factor de competitividad. Sin embargo existe la percepción de que es un coste sobre el que no se puede actuar ya que muchas veces se considera ligado a la estructura de los inmuebles.
Antes de seguir hay que hacer una precisión: cuando hablamos de reducción de costes energéticos siempre hemos de tener claro que hablamos de mantener los estándares de confort en los espacios. Una reducción de costes basada únicamente en reducir niveles de confort nos puede llevar a falsas sensaciones de ahorro, perdiendo en productividad lo que “ganamos” en menos gasto energético y conduciéndonos a espirales decrecientes en la competitividad de las organizaciones.