En cuestiones de sostenibilidad y medio ambiente siempre tenemos la duda de si hay que hacer las cosas por ética o por su rentabilidad. Está claro que todos tenemos una tendencia natural hacia el compromiso, pero también miramos la rentabilidad de lo que hacemos. Es el eterno dilema entre razón y corazón.
Cuando un cliente afronta un proyecto de reforma o adecuación de un local de negocios quiere saber básicamente tres cosas: cómo le va a quedar, cuánto le va a costar, y cuánto va a tardar en tenerlo listo.
Necesitamos por lo tanto un modelo de ejecución que de respuesta a estas tres preguntas. El modelo tradicional se basa en diferentes fases del proyecto que básicamente son: diseño o proyecto, adjudicación a uno o varios contratistas, y ejecución material. La aplicación de este modelo no responde a ninguna de las tres preguntas planteadas, lo cual crea una serie de incertidumbres al cliente y provoca la tradicional sensación de que las obras son un calvario.
El downsizing de espacios consiste en una reducción controlada del espacio ocupado por una organización, motivado por el cambio de estructura.
Durante los años de crisis hemos visto como muchas organizaciones llevaban a cabo reestructuraciones de plantilla para adaptarse a su nueva realidad de mercado. Pero en muchas ocasiones estas reducciones no han sido acompañadas de cambios en el espacio ocupado. Así que no ha sido infrecuente ver oficinas fantasma, con grandes superficies ocupadas por poco personal.
El primer paso para lograr un alto rendimiento energético en un local de oficinas es la planificación del mismo. Tradicionalmente la planificación de espacios se ha basado en criterios estéticos y funcionales (por este orden) y rara vez se ha tenido en cuenta su posterior comportamiento energético.
Vamos a poner el ejemplo de una pequeña oficina situada en una planta elevada de un centro de negocios. Dando a fachada en la mejor ubicación tenemos el despacho de gerencia y una gran sala de reuniones.
